¡Me recibí de médica!
Hoy puedo decir que ya terminé mi carrera de medicina, que ya no tendré que ir a facultad para estudiar, que ahora mi vida empieza a depender de los hospitales u otros servicios privados de salud. Que ya no tendré profesores exclusivos, ni seminarios, ni talleres, ni laboratorios, ni acreditables. No más exámenes, no más parciales, ni clases, ni nervios, ni práctica en terreno.
Ahora tengo que empezar un nuevo camino, mi propio camino, ir por donde yo quiero, trabajar de lo que quiero, en el lugar que yo elija y la cantidad de tiempo que yo quiera. Y esto es una responsabilidad muy grande, ya que antes estaba bajo el gran manto de la universidad y ahora estoy sola en la vida con mi matrícula y un papel que dice que soy médica.
Cuando empecé la carrera, hace casi siete años, no me imaginé que ser médica iba a ser lo que es hoy para mí. En realidad, nunca me imaginé como médica, no sabía bien qué hacían los médicos, cuál era su papel y cuál iba a ser mi trabajo en el futuro. Pero me animé a empezar esa carrera a la que tantos le temen, y como la empecé la terminé. Se pasó rápido el tiempo, a pesar de que muchas veces durante el cursado pensaba que ya no podía seguir adelante, que era muy difícil para mí y que no estaba lista.
Todos los obstáculos (desaprobar algunos exámenes, llevarte mal con algún que otro profesor o compañero) pasaron sin afectarme demasiado y ahora me doy cuenta que todo me fortaleció y me formó en mi carrera hacia la asistencia sanitaria.
Si bien el papel de la Universidad Nacional de Rosario dice que soy médica, tengo la suerte de sentirme yo también así: médica. No es un papel el que te cambia, sino que son años de entrenamiento, años de caminar a paso lento para adelante, para al fin llegar a la meta.
En primer año nos hacían ir a ver lo que eran las consultas médicas, a percentilar chicos (tomábamos talla y peso), hicimos trabajos de integración social en barrios periféricos de nuestra ciudad, pusimos vacunas. De esa forma, paso a paso y sin darnos cuenta, fuimos creando a un médico. Cada uno creó a su médico ideal y le fue poniendo algunos ingredientes según su preferencia: humildad, tranquilidad, paciencia, buena presencia, sentido del humor, inteligencia, seguridad.
Recién ahora, después de todos estos años de trabajo fino es que descubro cómo se forma un médico y cuán importantes son todas las tareas que hicimos, por más pequeñas que nos hayan resultado en aquel entonces. Ser médico implica una responsabilidad social y ética que se debe mantener desde el día que te dan el título hasta la muerte.
Espero cumplir con ese mandato social, poder ayudar a quien lo necesite, mantener mi eje y sobre todo, ser exitosa en mi trabajo y en lo que me proponga.
Empiezo una nueva etapa como profesional, estoy contenta, con muchos miedos pero contenta al fin. Todo mi esfuerzo valió la pena y están reflejados ahora que me está por llegar el título.
Y como soy medio sensible, quiero aprovechar para agradecer a mis viejos que me bancaron durante toda la carrera manteniéndome económicamente y emocionalmente, sin su apoyo hubiese sido imposible llegar a buen puerto, por eso a ellos les debo todo. Por otro lado están mis hermanas y mi novio, que aunque no me dejaban estudiar algunos días también me hicieron el aguante como nadie. Cada vez que iba a rendir un examen, como por arte de magia, me peleaba con mi novio, él que ya sabía el nivel de histeria que tenía me llevaba el apunte, me tranquilizaba con palabras que yo quería escuchar y me contenía hasta que pasaba el examen. Jaja. Lo mismo mis hermanas que no podían hablarme el día previo porque era una bola de nervios, pero que me dejaban cartelitos en las puertas deseándome buena suerte cada vez que iba a rendir. Yo me iba a la facultad con sus cartitas en los bolsillos y eso me daba buena energía.
Me emociono cuando lo escribo, y lo cuento porque si uno no lo cuenta es como que no pasó. Fueron cosas pequeñas, de todos los días, pero sin esas cosas yo no hubiese podido terminar mi carrera y hoy ser médica.
Así que muchísimas gracias pa, ma, Indira, Sofía y Axel. Aunque en realidad muchas otras personas me ayudaron y me dieron una mano durante el cursado, como mi tío Ariel que un día, en el medio de las clases me invitó a ir a Cuba a desenchufarnos. Mi abuela Negra y mi tía Edith que le rezaban a todos los santos cada vez que tenía que rendir. Mis tios Walter y Claudia que como médicos me contuvieron y me explicaron algunos gajes del oficio. Y también les agradezco a algunos profesores que recuerdo con cariño como Patricia Monasterolo, Alicia Perotti, Samuel Seiref y Amelia Niveyro, que me hicieron comprender la profesión y me ayudaron en el crecimiento personal e intelectual.
Soy médica. ¿Y ahora qué?