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Participé en una mesa de examen

Hace muy poco que dejé de ser estudiante. El año pasado rendí mi última materia y en seguida entre a formar parte del grupo docente como co-tutora en el área de pediatría. Es una pasantía que dura 12 meses. Empecé en febrero por lo que ya estoy casi terminando. Mis funciones como ayudante de la profesora titular de la clase son varias y variadas.

Ayudo a los alumnos a encontrar buena bibliografía, respondo dudas fáciles que a veces los chicos no se animan a preguntarle al docente, estoy en contacto con ellos por chat, mail y Facebook y eso favorece el trabajo en equipo y la consolidación del grupo.

Pero también tengo que evaluar a cada alumno clase por clase en cuanto a construcción del conocimiento, capacidad de escucha, poder de confrontación y muchas otras variables que los docentes miran y buscan en sus alumnos para luego decidir en cuál hacer más hincapié para que mejore.

Durante las clases pude desarrollarme con facilidad, según lo que yo misma creo, lo que me dijo la doctora y los alumnos, pero el día que tomé examen (es una forma de decir, porque no fui yo, sino que fueron la Dra. Amelia Niveyro y la Dra. Alicia Perotti las que estuvieron a cargo) entendí la importancia del rol del profesor, lo que significa un examen tanto sea aprobado como desaprobado y lo valiosos que son los profesores exigentes versus los que hacen la vista gorda.

Esta nueva experiencia me sirvió mucho porque para mí fue cerrar un círculo. Me vi en el lugar de los chicos, nerviosos, transpirados y tartamudeando. Pero también estuve en la vereda de enfrente, formando parte del tribunal examinador, aunque lo que no me pude quitar en toda la mañana fue el nudo de nervios que tenía en el estómago. Me dio lástima cuando los alumnos no rindieron bien, pero entendí que así se forman los profesionales.

Cuando volví a mi casa, ya un poco más tranquila, me alegré de haber sido alumna de esos profesores exigentes que me tenían cortita y siempre proponían cosas nuevas para desarrollar los temas, esos médicos súper especialistas que iban a la facultad a compartir su conocimiento y a cambio solo pedían silencio. Pero por otro lado me dio lástima haber pasado algunas clases sin mucho interés por parte mía y del docente.

Asistir a clases en la universidad fue una de las experiencias más lindas de mi vida, todavía hoy puedo recordar frases puntuales de cada profesor, los chistes que hacían e identifico a la perfección los que fueron buenos conmigo y con todos, no solo a nivel académico sino también personal.

Ser docente universitario no es moco de pavo.

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Vie, septiembre 30 2011 » Mi vida

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